
¿Por qué nuestro cerebro cae en la trampa de la desinformación?
La mente en modo automático: pensar rápido, decidir sin analizar
Cuando decimos que nuestro cerebro está diseñado para “comer cuento”, como decimos en Ecuador, no es metafórico. Es una realidad respaldada por la neurociencia: nuestra mente, por su propia forma de funcionar, es vulnerable a los contenidos engañosos.
El cerebro humano está diseñado para ahorrar energía. Frente al bombardeo constante de información, suele recurrir a atajos mentales, también conocidos como heurísticas. Son estrategias rápidas que usamos para tomar decisiones sin tener que procesar toda la información disponible.
Estos atajos no son necesariamente malos. De hecho, nos permiten reaccionar con agilidad en situaciones cotidianas. Sin embargo, cuando se aplican de forma automática a temas complejos —como la política, la salud o la seguridad— pueden llevarnos a errores de juicio.
Es ahí donde aparecen los sesgos cognitivos: distorsiones sistemáticas en la forma en que percibimos, interpretamos y recordamos la información. Como demostró el psicólogo Daniel Kahneman, nuestro sistema de pensamiento rápido (intuitivo) domina muchas de nuestras decisiones, incluso cuando sería mejor pensar despacio y con más datos.
Este tipo de funcionamiento no implica ingenuidad ni falta de inteligencia: es una respuesta natural del cerebro ante la sobrecarga informativa del mundo actual
El atajo emocional: cuando sentimos antes de pensar
Diversos estudios en neurociencia han demostrado que las emociones intensas reducen nuestra capacidad de análisis crítico. Frente a contenidos que nos indignan, conmueven o asustan, el cerebro responde desde la emoción antes que desde la razón.
La amígdala cerebral, centro del procesamiento emocional, se activa más rápido que la corteza prefrontal, que es responsable del pensamiento lógico y reflexivo. Por eso, cuando una noticia falsa nos genera una respuesta emocional fuerte, es más probable que la creamos o la compartamos sin cuestionarla.
La emoción no es enemiga de la verdad, pero cuando domina nuestra reacción, puede volvernos más vulnerables a lo falso
¿Y cómo nos afecta todo esto?
¿Alguna vez compartiste una noticia solo porque la dijo alguien en quien confías, sin verificarla?
¿Has sentido que “todo el mundo” piensa como tú sobre un tema?
¿Sigues creyendo una idea incluso después de que fue desmentida?
De nuevo, no es solo un error de juicio, ni una señal de ingenuidad. Es el resultado de cómo nuestro cerebro procesa la información. Los sesgos cognitivos están presentes en nuestras decisiones cotidianas, muchas veces sin que lo notemos.
Se han identificado más de 150 sesgos cognitivos —algunos se superponen, otros son variantes del mismo patrón—, pero no necesitas conocerlos todos. Lo importante es entender que estos atajos mentales influyen en cómo pensamos, cómo debatimos y cómo nos enfrentamos a la desinformación.
Uno de los más conocidos es el sesgo de confirmación, que nos lleva a creer más fácilmente aquello que refuerza nuestras ideas previas. Otro especialmente relevante es el efecto de verdad ilusoria, que demuestra que la repetición puede hacer que una mentira suene verdadera. Cuantas más veces escuchamos una afirmación, más familiar nos resulta… y más probable es que la aceptemos como cierta.
Este fenómeno fue documentado por primera vez en los años 70 y se ha vuelto aún más potente en la era digital, donde los contenidos engañosos se replican constantemente en memes, videos, cadenas de WhatsApp o titulares virales.
La desinformación no necesita convencernos al primer intento. Solo necesita repetirse lo suficiente.
Conocer estos mecanismos es una forma de defensa. Y también, una forma de resistencia.
¿Qué busca la desinformación? (y cómo se conecta con tu cerebro)
La desinformación moderna no solo transmite mentiras: transmite emociones, certezas absolutas y narrativas simples. Está diseñada para parecer creíble, movilizar afectos, generar indignación o reforzar identidades.
Y lo más inquietante: puede seguir influyendo incluso después de haber sido desmentida. Esto ocurre por un fenómeno conocido como influencia continuada, ampliamente estudiado por la psicología cognitiva.
Existen dos formas comunes en las que nuestra mente retiene un mito, incluso después de recibir una corrección:
- Corrección no integrada: El cerebro recuerda la corrección, pero no la conecta con el mito original, por lo que este sigue siendo recordado como si fuera verdadero.
- Recuperación selectiva: El mito es más familiar y accesible que la corrección, por lo que al intentar recordarlo, solo el mito aparece, especialmente si lo hemos visto repetido muchas veces.

La evidencia científica muestra que los mensajes emocionalmente cargados se recuerdan más y se comparten más, incluso cuando no son verdaderos. Por eso, en contextos de miedo, crisis o polarización, la desinformación se vuelve más efectiva: activa nuestras emociones y se graba en nuestra memoria antes que los hechos.
En este escenario, la desinformación no necesita convencernos al primer intento. Solo necesita repetirse lo suficiente.
Factores que aumentan nuestra vulnerabilidad
La psicología social y cognitiva ha identificado ciertas condiciones que nos vuelven más susceptibles a caer en desinformación:
- Estrés y fatiga mental: reducen nuestra capacidad de análisis.
- Sobreexposición informativa: nos lleva a depender de atajos.
- Aislamiento o polarización: reforzamos ideas sin contraste.
- Urgencia emocional: actuamos por impulso, no por verificación.
Un estudio de la Universidad de Cambridge demostró que las personas expuestas a mayor carga emocional en redes sociales tienden a recordar menos el contenido original y más las emociones que les generó.
¿Qué podemos hacer?
No podemos apagar nuestros sesgos cognitivos, pero sí podemos aprender a reconocerlos y neutralizar su impacto. Aquí algunas estrategias respaldadas por investigaciones en alfabetización mediática:
- Tómate una pausa. El pensamiento crítico necesita tiempo.
- Verifica fuentes y busca evidencia. No basta con “me suena”.
- Consulta perspectivas diversas. Sal de tu burbuja informativa, busca un dieta informativa saludable.
- Sé escéptico con lo que te hace reaccionar demasiado rápido.
Como concluye el investigador Stephan Lewandowsky, experto en desinformación y memoria, “la única vacuna efectiva contra los bulos es el pensamiento crítico entrenado de forma preventiva, no reactiva”.
La desinformación no solo desafía a la democracia. También desafía nuestra mente.
Y si entendemos cómo pensamos, podemos protegernos mejor —y ayudar a proteger a los demás— en un entorno donde estos desórdenes informativos viajan más rápido que los hechos.
Fuentes:
Citadas en el texto